Como si de
un milagro se tratara, este año a pesar de la fuerte poda, los membrillos han vuelto a nacer.
Nuestro árbol
en medio del huerto ha pedido prestado
sus rayos al sol y se ha pintado de oro puro.
Este fruto
que antiguamente también se utilizaba para perfumar armarios y durante el otoño
las casas olían con ese olor tan especial,
ha resistido a los chaparrones, al granizo, al viento.
No sé cómo, pero casi ninguno se ha caído al
suelo y los estamos recogiendo limpios y gordos, según van madurando.
Como todas
las temporadas, se presenta la operación membrillo. Este dulce está exquisito
cuando se hace con un fruto regado por el agua de Sierra Nevada y mucho más
cuando los has visto florecer en primavera con sus flores grandes y blancas,
que parecen rosas.
A pesar de
que regalo a familiares y amigos tenemos durante todo el año. Para que no se ponga
tan duro lo congelo en cajas especiales y voy sacando, así no se pasa y aguanta
mucho más. Lo tomamos de postre, con queso, nueces, almendras y sirve para
extender en bizcochos.
Es una
receta muy conocida, ya sabéis, la misma cantidad de fruto que de azúcar y el
zumo de un limón por cada kilo. Se deja cocer hasta que se derrite el azúcar y
se tritura. Lo más pesado es partir los membrillos, pero como este año tengo un
ala de escayola, me ha ayudado mi mejor cocinero, mi marido.
No hay mal
que por bien no venga .