Aquella mañana por las rendijas de mi
ventana se colaba un alegre resplandor.
Abrí la cortina, y al verla, me asomé
al porche para inmortalizarla, merecía la pena, durante muchos días el tiempo
había estado pintado de niebla, lluvia, bruma y frío.
La montaña guardaría en sus
cavidades, toda la nieve como reserva para la posible sequia veraniega.
La contemplé llena de luz y pensé en mi
vida. Estaba llena de color, con suaves
alas y en un espacio azul. Ahora que habían pasado unos días tristes, solo
tenía motivos de alegría, mi presente giraba alrededor de una familia preciosa
y dos nietos me hacían sonreír a cada instante.
Los almendros lucían las primeras
flores, como esperanza de la nueva primavera y la brisa me regalaba una música especial de nuevos recuerdos.